Familia exige que se dupliquen esfuerzos de búsqueda tras varios días sin rastro de los jóvenes que habrían sido arrastrados por corriente mortal en Costa Azul
El dolor de una familia se transforma en indignación cuando descubren que la tragedia pudo evitarse. Juan Emilio, de 16 años, y su compañero de colegio desaparecieron el domingo pasado en la playa Costa Azul de Ventanilla mientras disfrutaban de un día familiar. Hasta el momento, no hay rastro de ninguno de los dos jóvenes, quienes habrían sido arrastrados por la corriente marina en cuestión de minutos.
El testimonio del padre de Juan Emilio desgarró a quienes escucharon su relato. «Estaba nadando casi a la orilla, yo estaba más pendiente de mis hijas menores que estaban en la orilla. Pasó un minuto, dos minutos cuando ya me percaté de que Juan Emilio ya no estaba en esa zona. Yo pensé que se había ido a otro lugar con el amigo a seguir bañándose», relató con la voz quebrada.
Lo que comenzó como un día de esparcimiento familiar se convirtió en una pesadilla en menos de dos minutos. Ambos menores eran compañeros de colegio en Ventanilla y sus familias, que no se conocían entre sí, coincidieron ese domingo en la misma playa. Los jóvenes se coordinaron de manera interna para bañarse juntos, sin imaginar que la corriente se los llevaría sin dejar rastro.
El peligro identificado que nadie eliminó
La zona donde desaparecieron los menores es conocida por un detalle que agrava aún más esta tragedia: las dos embarcaciones varadas conocidas como el «barco fantasma» que llevan dos años generando un peligro mortal para los bañistas.
César Vargas, vocero de la Municipalidad de Ventanilla, confirmó lo que muchos ya sospechaban: «Estas dos embarcaciones ya tienen varadas dos años. Se han cursado los documentos a la DICAPI. La DICAPI es quien debe disponer el retiro o algún otro medio para que estas embarcaciones puedan ser retiradas».
Dos años. Dos años de documentos enviados. Dos años de espera. Dos años de peligro identificado pero no eliminado. La pregunta que martilla en la mente de todos es inevitable: ¿cuántas tragedias más se necesitan para que actúen?
El problema no es solo estético o de contaminación visual. Las embarcaciones varadas generan un fenómeno letal: cuando las olas llegan a la orilla y retroceden naturalmente, chocan contra el casco de las embarcaciones y se generan remolinos. A esto se suman las olas cruzadas y los huecos que se forman en el fondo del mar, creando una trampa perfecta para cualquier bañista desprevenido.
«Por un tema de advertencia hemos colocado letreros informativos y de advertencia para que no ingresen las personas a estas embarcaciones», explicó Vargas. Pero en su voz se percibe lo que todos saben: un letrero no detiene la fuerza del mar. Un letrero no impide que la corriente arrastre a un menor. Un letrero no devuelve a dos jóvenes a sus familias.
La búsqueda continúa, pero las familias exigen más
Desde el domingo pasado, las autoridades han desplegado recursos para la búsqueda de los menores. La Capitanía del Callao envió dos efectivos y un dron para inspeccionar la zona. La Policía Nacional dispuso de su grupo de salvaje con un vehículo que recorre todas las orillas. La municipalidad ha coordinado con la Marina de Guerra y ha movilizado todo su personal disponible.
Sin embargo, los padres consideran que los esfuerzos son insuficientes. «Hoy día ya no se ve a nadie», lamentó el padre de Juan Emilio al constatar que las labores de búsqueda habrían disminuido con el paso de los días.
El alcalde Jovinson Vázquez dispuso todas las coordinaciones necesarias y el despliegue de unidades, según informó el vocero municipal. «Se va a continuar hasta que las autoridades, la Policía Nacional dispongan lo contrario, pero se va a seguir desde la municipalidad dando todo el apoyo respectivo», aseguró Vargas.
Pero para las familias, cada hora que pasa es una eternidad. Cada día sin noticias es un día menos de esperanza. Continúan visitando la playa, escrutando el horizonte, rogando por un milagro que les devuelva a sus hijos.
Una playa hermosa convertida en escenario de tragedia
Costa Azul era reconocida como una de las playas más lindas de Ventanilla. Familias de todo el distrito acudían regularmente a disfrutar del mar, especialmente con la llegada del verano. La familia de Juan Emilio era visitante habitual: «Continuamente hemos estado viniendo, somos vivimos acá en Ventanilla y la mayoría de los que viven en Ventanilla vienen a esta zona, a la playa», explicó su padre.
Ahora, esa playa que representaba diversión y esparcimiento se ha convertido en un lugar de dolor y angustia. Las embarcaciones varadas son un recordatorio constante de una negligencia que costó demasiado caro.
La municipalidad afirma estar preparándose para la temporada de verano, desplegando personal, realizando limpieza, colocando letreros y dando mantenimiento a las infraestructuras. Pero todas esas medidas suenan huecas cuando dos familias buscan desesperadamente a sus hijos en el mar.
El silencio de la DICAPI
La Dirección General de Capitanías y Guardacostas (DICAPI) es la autoridad competente para ordenar el retiro de las embarcaciones varadas. Según la municipalidad, se les han enviado dos documentos oficiales en estos dos años solicitando que intervengan.
La respuesta, hasta el momento, ha sido el silencio absoluto. No hay cronograma. No hay plan de acción. No hay explicaciones. Solo el silencio burocrático mientras el peligro permanece intacto en la playa y dos familias buscan a sus hijos desaparecidos.
Este no es el primer incidente en la zona. La playa Costa Azul ya había registrado muertes por ahogamiento en agosto pasado, precisamente por la misma razón: las corrientes que se generan alrededor de las embarcaciones varadas. Sin embargo, nada cambió. Las embarcaciones siguieron ahí. Los documentos siguieron sin respuesta. Y ahora, dos familias más pagan el precio de esa inacción.
Una tragedia que no debió ocurrir
Lo más doloroso de esta historia es que pudo evitarse. Dos años de advertencias. Dos años de documentos. Dos años de oportunidades para actuar. Y nada se hizo.
Juan Emilio solo quería disfrutar del mar en un domingo soleado. Su compañero de colegio compartía ese simple deseo. Eran jóvenes con toda la vida por delante, con familias que los amaban, con sueños que ahora flotan en la incertidumbre del océano.
Mientras las autoridades discuten competencias y procesamientos burocráticos, dos familias viven su peor pesadilla. Mientras los documentos viajan entre oficinas, el «barco fantasma» sigue ahí, esperando cobrar más víctimas.
La pregunta resuena en Ventanilla y debería resonar en todo el país: ¿Cuántas tragedias más se necesitan para que las autoridades actúen? ¿Cuántos documentos más tienen que enviarse? ¿Cuántas familias más tienen que sufrir antes de que alguien asuma su responsabilidad?
Costa Azul era una playa hermosa. Ahora es un monumento a la negligencia institucional. Y dos jóvenes siguen desaparecidos en sus aguas mientras el «barco fantasma» permanece varado, silencioso, letal, esperando.


