El conductor del bus de San Germán revela cómo logró salvarse de más de 10 disparos mientras su hija menor estaba sentada en un balde dentro de la cabina. Todo ocurrió en pleno estado de emergencia
La voz se le quiebra. Las manos le tiemblan. Los ojos se le humedecen cada vez que recuerda esos segundos eternos en los que creyó que iba a morir frente a su hija. El conductor del bus de San Germán que fue atacado por sicarios el domingo 16 de noviembre en San Martín de Porres habló por primera vez, y su testimonio es la prueba más desgarradora de que en el Perú de 2024, trabajar honradamente puede costarte la vida.
«Me tiré al piso y las balas pasaron. Mi hija estaba sentada en un balde y quedaron a pocos centímetros de su cabeza», relató el chofer a Latina, visiblemente devastado. Esas palabras deberían hacer que cada autoridad, cada funcionario, cada político se mire al espejo y se pregunte: ¿qué hemos hecho con este país?
El momento del terror: diez disparos y una decisión de milisegundos
El domingo en la tarde, el conductor manejaba su ruta habitual por San Martín de Porres cuando pasó por un rompemuelles en el cruce de las avenidas Próceres y San Germán. Fue ahí donde lo vio. A lo lejos, un sujeto en motocicleta se acercaba con su cómplice. No iban a pedir información. No iban a cruzar la calle. Venían a matarlo.
«Lo vi cuando empezó a disparar», recordó el chofer. En ese instante, su cerebro procesó lo que sus ojos no querían creer: ese hombre venía a ejecutarlo a plena luz del día, frente a decenas de testigos, en pleno estado de emergencia que supuestamente iba a «restablecer el orden».
La reacción fue instintiva. Se lanzó al piso de la cabina del bus con la desesperación de un padre que sabe que cualquier movimiento en falso significa dejar huérfana a su hija. Las balas empezaron a perforar el parabrisas, el metal, el vidrio. Más de 10 disparos. El sicario no tenía piedad. No le importó si había niños. No le importó si había ancianos. Su trabajo era matar, y lo hizo sin dudar.
Pero el conductor tuvo suerte. El espacio amplio que tenía en su asiento le permitió echarse completamente al suelo. Las balas pasaron por donde segundos antes estaba su cabeza. Mostró a las cámaras por dónde ingresaron los proyectiles: atravesaron el parabrisas, rozaron el asiento, impactaron en la estructura metálica.
Y ahí, en ese espacio reducido entre el volante y el piso, mientras las detonaciones retumbaban en sus oídos, solo podía pensar en una cosa: su hija.
«Las balas quedaron a centímetros de la cabeza de mi hija»
Dentro de esa cabina, sentada en un balde porque acompañaba a su padre en su jornada de trabajo, estaba su hija menor. Una niña que en lugar de estar jugando en un parque o haciendo tareas en casa, estaba viviendo una escena que solo debería existir en zonas de guerra.
«Mi hija estaba sentada en un balde y las balas quedaron a pocos centímetros de su cabeza», confesó el conductor, y en esas palabras hay un dolor que ninguna estadística puede medir. No solo sobrevivió él. Su hija también estuvo a milímetros de morir por una bala que no iba dirigida a ella, sino a su padre, cuyo único delito habría sido negarse a pagar una extorsión.
Imaginen el trauma de esa niña. Imaginen las pesadillas que tendrá. Imaginen cómo cada vez que escuche un ruido fuerte, su cuerpo volverá a ese momento. Y luego pregúntense: ¿dónde estaba el Estado cuando esto pasaba?
El detalle que lo hace aún más grave: los sicarios grabaron y difundieron el video
Lo que convierte este ataque en un hecho sin precedentes no son solo los disparos, tristemente ya normalizados en Lima, sino lo que vino después: los propios delincuentes grabaron el ataque completo y difundieron el video ellos mismos. En las imágenes se observa con claridad cómo uno de los sicarios dispara directamente contra el conductor del bus antes de huir en la moto conducida por su cómplice.
Este no habría sido un ataque al azar. Fuentes consultadas señalan que se trataría de un cobro de cupos, la extorsión sistemática que bandas criminales imponen a empresas de transporte público para «permitirles» operar en rutas que consideran su territorio. El ataque habría sido el «último aviso» tras la negativa de la empresa a pagar las cuotas exigidas.
Pero el detalle que marca un antes y un después en la modalidad del crimen organizado es la difusión del video. Los sicarios no solo ejecutaron el ataque, sino que lo filmaron y compartieron con un objetivo triple y calculado:
- Prueba de Trabajo: El video se habría enviado directamente por WhatsApp a la empresa San Germán como evidencia de que la amenaza es real. El mensaje implícito sería claro: «El próximo disparo no fallará si no pagan».
- Marketing del Terror: Al difundir las imágenes públicamente, buscarían intimidar a otras empresas de transporte en la zona. Es una demostración de poder territorial y control absoluto de las rutas.
- Control de la Narrativa: Ya no dependen de que los medios cubran el hecho. Ellos mismos son su central de comunicaciones, generando pánico instantáneo y masivo.
El grito silencioso de un hombre roto: «Me ha afectado todo el sistema nervioso»
Cuando las cámaras lo entrevistaron, el conductor ya no era el mismo hombre que manejaba ese bus el domingo. Sus palabras lo dicen todo:
«Me ha afectado todo el sistema nervioso. Tengo que encontrar la forma de recuperarme», expresó con la mirada perdida. Pero, ¿cómo te recuperas de algo así? ¿Cómo vuelves a subir a un bus sabiendo que en cualquier momento puede aparecer otro sicario? ¿Cómo vuelves a trabajar cuando cada rompemuelles, cada motocicleta que se acerca, cada sombra puede ser tu último recuerdo?
«Espero que a ninguno de mis compañeros les ocurra algo similar, porque lo que pasé fue horrendo», agregó con tristeza. Y ahí está el detalle que rompe el corazón: no pide justicia, no pide venganza, no pide castigo para los culpables. Solo pide que ninguno de sus compañeros sufra lo mismo. Porque sabe que en este país, pedir justicia es pedir un milagro.
También fue enfático en describir la crueldad de los extorsionadores: «Quienes extorsionan no muestran ningún tipo de compasión al disparar. Vivir esa situación fue una experiencia terrible».
Y tiene razón. Los criminales que cobran cupos no tienen códigos, no tienen límites, no tienen moral. Disparan contra padres frente a sus hijos. Disparan contra trabajadores que solo quieren llevar el pan a sus casas. Disparan porque saben que en el Perú actual, nadie los va a detener.
Seis meses de extorsión y S/300,000 de amenaza: el contexto que el gobierno ignora
Este ataque no fue una sorpresa. Fue el resultado predecible de seis meses de extorsión ignorada. Los trabajadores de San Germán revelaron que han sido víctimas de cobro de cupos desde hace más de medio año, y que los criminales les exigieron el pago de S/300,000 para «dejarlos trabajar en paz».
Trescientos mil soles. Esa es la cifra que una banda criminal puso como precio para no asesinar conductores. Y cuando la empresa se negó a pagar, vinieron los sicarios. Pero no vinieron solos. Vinieron con cámaras, con premeditación, con la certeza absoluta de que podían hacerlo en pleno estado de emergencia sin consecuencias.
Y la empresa San Germán, ante la inacción del Estado, tomó la única medida que le quedaba: suspendió operaciones este lunes. No como castigo a sus trabajadores, sino como medida de prevención y protesta. Porque si el Gobierno no protege a los transportistas, al menos ellos pueden protegerse no saliendo a las calles.


