Joven sicario capturado revela cómo el crimen organizado convierte vidas humanas en mercancía barata
La confesión de Jeremy Pardo Figueroa, un joven de 19 años detenido por la Policía Nacional, destapa una vez más la cruel realidad del sicariato en nuestro país: la vida de un trabajador vale apenas dos mil soles para quienes contratan asesinos a sueldo.
En una declaración que revela la frialdad con la que opera el crimen organizado, el capturado admitió ante el coronel PNP Víctor Revoredo, jefe de la División de Investigación de Extorsiones, que habría aceptado esa cantidad de dinero para ejecutar un atentado contra un conductor de colectivo en la avenida Javier Prado. El motivo sería, presuntamente, una supuesta «falta de respeto» hacia un familiar del autor intelectual.
Compatriotas, mientras miles de peruanos se levantan cada mañana para trabajar honradamente, otros convierten el asesinato en un negocio donde las vidas humanas tienen etiqueta de precio. ¿En qué momento llegamos a este nivel de degradación social?
La tecnología como aliada de la justicia
Lo que el sicario no calculó fue que vivimos en una época donde las cámaras de vigilancia documentan cada movimiento en las calles de Lima. El sistema de video vigilancia de San Borja se convirtió en el testigo silencioso que selló su destino.
El viernes 5 de diciembre, en horas de la tarde, el joven abordó una miniván de transporte informal en el cruce de las avenidas Aviación y Javier Prado. Simulando ser un pasajero más, esperó el momento preciso. Tres disparos resonaron dentro del vehículo. El conductor de 29 años recibió los impactos mientras manejaba.
Pero la historia no terminó ahí. Las imágenes muestran una secuencia que parece sacada de una película policial, pero es nuestra cruda realidad:
El atacante desciende corriendo de la miniván y se pierde entre los peatones. Atraviesa un puente peatonal intentando ganar distancia. Una motocicleta lo recoge metros adelante, evidenciando que contaba con apoyo logístico. Baja del vehículo de dos ruedas y ejecuta un cambio de vestimenta en plena vía pública. Finalmente aborda un bus de transporte público en la avenida Canadá, confiado en que había borrado sus huellas.
El cerco se cierra
Los agentes del Serenazgo de San Borja y efectivos policiales monitorearon en tiempo real cada una de estas maniobras. La coordinación entre ambas instituciones permitió seguir el rastro del sospechoso hasta su captura. Cuando el bus fue interceptado, el joven sicario comprendió que su plan había fallado.
Durante su detención, Pardo Figueroa proporcionó información adicional que amplía la red criminal: un amigo le habría facilitado el arma utilizada en el atentado. Esta revelación abre nuevas líneas de investigación sobre quiénes están detrás del suministro de armas para sicarios.
Un milagro llamado solidaridad
Mientras el atacante huía, dentro del colectivo se desarrollaba una dramática lucha por la vida. El conductor herido logró salir del vehículo bañado en sangre y caminó buscando ayuda hacia la estación La Cultura del Metropolitano.
En medio del caos y el pánico, fueron sus propios colegas transportistas quienes se convirtieron en héroes anónimos. Lo subieron a otro vehículo y lo trasladaron de emergencia hasta la Clínica Internacional. Esa decisión rápida y valiente habría marcado la diferencia entre la vida y la muerte.
Medios de comunicación nacional como América Noticias reportan que el trabajador se encuentra estable, recuperándose de las heridas. Una vida salvada por minutos, por la bondad humana en su expresión más pura.
La investigación se expande
Las autoridades policiales no se detuvieron con la captura del sicario. En las horas siguientes se ejecutaron allanamientos en dos inmuebles relacionados con el caso. La búsqueda se centra en los cómplices directos, entre ellos un ciudadano de nacionalidad venezolana que habría tenido participación en la planificación del crimen.
Según fuentes policiales, el autor intelectual del atentado ya tiene nombre y apellido en los archivos de la investigación. El caso forma parte de un problema mayor que azota al transporte informal: el cobro sistemático de cupos por parte de organizaciones criminales.


