Mientras el sueldo presidencial aumenta, las familias de uno de los lugares más fríos de Lima sobreviven sin Estado, sin médicos y sin esperanza
En Villa María del Triunfo existe un lugar donde la dignidad humana resiste pese al abandono total del Estado. Ticlio Chico o Ciudad de Gosen, como conocen los vecinos a esta zona, se ha convertido en el símbolo perfecto de las promesas incumplidas de un gobierno que prefiere aumentarse el sueldo antes que atender a los más necesitados.
Aquí, entre cerros erosionados y cocinas que humean con leña mojada, las familias sobreviven día a día mientras las autoridades brillan por su ausencia. No llega el Estado, pero sí el barro. No llegan los médicos, pero sí la pulmonía que afecta constantemente a unos 20 niños de la zona.
La supervivencia a través de la unión
La olla común San Santiago de Puyusca funciona desde el 7 de junio de 2020 y atiende a cerca de 50 familias. Con una cocina improvisada de ladrillo que constantemente se ve afectada por las lluvias, las madres del lugar luchan contra la adversidad con recursos propios.
«Es muy lamentable», declara Mariza Cruz, una de las representantes, quien explica que la leña que utilizan tiene un costo de S/ 40, sin incluir el pago para que una persona la suba. «Si no alcanza, nos toca cargar a nosotras», afirma una vecina mientras saca un costal con maderas para encender la cocina.
Salud en peligro: cuando el Estado abandona
El puesto de salud Ciudad de Gosen refleja la precariedad del sistema. Mariza, quien camina con bastón por una discapacidad, explica que solo en algunos casos encuentran medicamentos básicos como ibuprofeno o panadol. «Cuando va un niño con infección a la garganta ya ni eso conseguimos», denuncia.
Los techos y paredes de las casas se cubren de verde debido a la humedad, creando un ambiente propicio para las enfermedades respiratorias que afectan principalmente a los menores.
Casas al borde del colapso
La noche del lunes 30, la lluvia golpeó fuerte el hogar de Fernanda. Cerca de las 8 p.m., mientras cenaba con sus hijos, parte de la calamina se desprendió. Ahora, sin protección para su hogar, el frío se mezcla entre sus cobijas y la lluvia enloda su casa.
Olinda, quien vive hace 28 años en la zona, nos muestra cómo está cambiando su viejo techo debido a las constantes lluvias. Su nueva calamina la consiguió por donación. «Todos los años es lo mismo. Mi ropa no seca por la humedad», afirma mientras trabaja de noche vendiendo cigarrillos en las calles.
Roberto, residente desde hace más de 30 años, enfrenta una situación aún más grave: «Ahora tengo que buscar otro lugar donde resguardarme a mí y a mi familia», comenta después de que un bloque de piedras cayera sobre la pared de su vivienda.
El engaño de Foncodes
Berta, una señora de 65 años, recuerda cuando personal del Fondo de Cooperación para el Desarrollo Social (Foncodes) llegó al sector. «Una persona entró a mi casa para ver, tomó fotos, se fue y no hizo nada», lamenta entre madera en estado de descomposición y calaminas deterioradas.
Dina Boluarte: promesas vacías y fotos para la galería
Silvia, asistente social de Ticlio Chico, narra el episodio más indignante: la visita de la presidenta Dina Boluarte en junio de 2024. «Ella nos prometió que para junio del próximo año [2025] iba a abrir un nuevo comedor, más moderno, pero hasta ahora seguimos esperando», afirma.
La mandataria se habría tomado fotos, habló con algunos vecinos, prometió todo y se retiró antes de escuchar los verdaderos reclamos. Cuando las madres notaron que no había nada concreto y quisieron alzar la voz, la seguridad presidencial lo habría impedido. «No nos querían dejar pasar», recuerdan las vecinas.
«Los problemas de nuestra población son nuestros problemas», habrían sido las palabras que pronunció la presidenta durante su visita a Ticlio Chico. Ha pasado más de un año y las condiciones serían las mismas o peores.
Mientras la jefa de Estado goza de un salario más suculento tras el reciente aumento, las madres de Ticlio Chico a quienes les hizo promesas cuentan las monedas para poder cocinar y darles alimento a decenas de familias olvidadas por un Estado que solo aparece en época de campaña.
El comedor Santa Rosa de Lima funciona al borde de un cúmulo de tierra que, por las lluvias, podría desprenderse en cualquier momento. Las madres cocinan en un espacio de no más de cuatro metros, con todo sostenido por palos de madera endeble. «Esto está así por las lluvias, el agua se está filtrando», denuncia Silvia.
En Ticlio Chico sobran las ganas, pero falta todo lo demás. Mientras tanto, las autoridades siguen aumentándose los sueldos y las familias más vulnerables del país continúan abandonadas a su suerte.